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Recopilación: Narváez, C.
Octubre, 2006

In Anuario Filosófico, 32-2. Pamplona (1999): 477-85.

En la filosofía clásica la distinción entre la inteligencia y la voluntad se toma de la distinta intencionalidad de sus actos. La intencionalidad de los actos intelectuales es por semejanza, mientras que la de los actos voluntarios apunta a lo otro. Según la semejanza se conoce la verdad, y según la alteridad se tiende al bien. Los bienes se dividen en medios y fines. No es inconveniente admitir que los medios son cosas, por más que sea preferible decir que son obras producidas por la acción, que es un acto voluntario. Queda por determinar qué se entiende por bienes finales. A mi juicio, el bien que tienen razón de fin es la persona; por lo pronto, las personas humanas. Por eso no tiene nada de extraño que la ética aristotélica conceda especial atención a la virtud de la amistad. Platón se ocupa de la amistad en el diálogo Lisis, y desarrolla su teoría del amor en el Banquete. En el Lisis, Sócrates dice que la amistad descansa en el amor y se regula por la virtud. El amor de amistad debe ser recíproco, por lo que lleva consigo correlación de libertades: hay que velar por el bien del amigo. Expondré a continuación el sentido ético de la amistad y la relacionaré con el amor cristiano.

Aristóteles dedica los libros VIII y IX de la Ética a Nicómaco al estudio de la amistad ( philia – al menos una vez habla de ágape – ). Afirma, desde el principio, que se trata de una virtud o que va acompañada de virtud, y estima que es lo más necesario (anakaiotaton) para la vida. Sin amigos nadie querría vivir, aunque poseyera los demás bienes, porque la prosperidad no sirve de nada si se está privado de la posibilidad de hacer el bien, la cual se ejercita, sobre todo, respecto de los amigos. Asimismo, en los infortunios se considera a los amigos como único refugio. Resumo los pasajes en que Aristóteles precisa estas dimensiones de la amistad:

«La presencia de los amigos en la buena fortuna lleva a pasar el tiempo agradablemente y a tener conciencia de que los amigos gozan con nuestro bien. Por eso debemos invitarlos a nuestras alegrías porque es noble hacer bien a otros, y rehuir invitarlos a participar en nuestros infortunios, pues los males se deben compartir lo menos posible. Con todo, debemos llamarlos a nuestro lado cuando han de sernos de ayuda, y recíprocamente está bien acudir de buena voluntad a los que pasan alguna adversidad aunque no nos llamen, porque es propio del amigo hacer bien, sobre todo a los que lo necesitan y no lo han pedido, lo cual es para ambos más virtuoso. De todos modos, no es noble estar ansioso de recibir favores, por más que igualmente hemos de evitar ser displicentes por rechazarlos» (1).

«Los amigos se necesitan en la prosperidad y en el infortunio, puesto que el desgraciado necesita bienhechores, y el afortunado personas a quienes hacer bien. Es absurdo hacer al hombre dichoso solitario, porque nadie querría poseer todas las cosas a condición de estar sólo. Por tanto, el hombre feliz necesita amigos» (2).

1. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, 1171 b 14-25.
2. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, 1170 a 13-17.

Los hombres, aun siendo justos, necesitan la amistad; y los hombres justos son los más capaces de amistad. La amistad es, además de necesaria, bella. Por eso se alaba a los que aman a sus amigos, e incluso se equiparan los hombres buenos a los amistosos. A continuación, Aristóteles expone tres clases de amistad. En cada una de ellas se da la reciprocidad; sin algún tipo de reciprocidad, la amistad es imposible. Por eso sería ridículo desear el bien del vino; sólo se desea que se conserve para tenerlo. Ha de tenerse en cuenta que el vino es un bien medial.

La primera clase es la amistad perfecta, que se da entre los hombres buenos e iguales en virtud, ya que éstos quieren el bien el uno del otro en cuanto que son buenos, y son buenos en sí mismos (khat-autó). Esta clase de amistad es la más permanente. Con todo, estas amistades son raras porque tales hombres son pocos y, además, requieren trato, pues sin él, no cabe el conocimiento mutuo. El deseo de amistad surge rápidamente, pero la amistad no.

La segunda clase de amistad es la de aquellos que se quieren por interés, o no por sí mismos, sino en la medida en que se benefician en algo los unos de los otros. La tercera clase de amistad es la de los que se quieren por el placer. Por tanto, en los que se quieren por interés, la amistad obedece al propio bien; y en los que se quieren por el placer, a su propio gusto. En estos casos, la amistad se subordina a los bienes mediales. En suma, estos dos tipos de amistad son imperfectos, y por eso fáciles de disolver: cuando ya no son útiles o agradables el uno para el otro, la amistad desaparece.

La reclamaciones y reproches son propias de la amistad por interés. En cambio, en la verdadera amistad no se dan. Por eso, el que aventaja al amigo en el beneficio prestado, no se lo echará en cara, ya que los dos procuran el intercambio de bienes. De las dos últimas maneras pueden ser amigos entre sí hombres malos, porque los malos no se complacen en sí mismos si no existe la posibilidad de algún provecho o placer.

En la primera clase de amistad se defiende al amigo de las acusaciones, porque no es fácil creer lo que otro diga de un amigo, a quien uno mismo ha tratado durante mucho tiempo. Además, en los buenos se da la confianza mutua y la imposibilidad de agraviarse, y los demás requisitos de la verdadera amistad. En cambio, en los otros tipos de amistad hay una mezcla con algún mal, por lo que, en rigor, lo son sólo por analogía.

La virtud del amigo consiste en querer. Por eso los aduladores no son verdaderos amigos, ni tampoco los que buscan el propio provecho. Como el querer es una actividad (enérgeia), la amistad es más excelente en los seres humanos más activos.

A partir de aquí, Aristóteles examina de qué manera los distintos regímenes políticos favorecen o degradan la amistad. Por otra parte, al hombre bueno su intelecto le proporciona en abundancia la contemplación. Por eso, el hombre bueno es concorde con sus amigos y busca su compañía, pero también puede pasar algún tiempo consigo en tanto que contempla, aunque después, por la efusión que comporta la amistad, se lo comunique al amigo.

La esencia de la amistad reside en el compartir, en el conversar y en el compenetrarse. En ella el hombre se encuentra en la misma relación respecto al amigo que consigo mismo. Por eso Aristóteles sostiene que el amigo es otro yo, idea que repite Cicerón. Son incompatibles con la amistad la adulación, la zalamería y el servilismo, pues son contrarios al amor a la verdad.

En definitiva, la amistad se cifra en un crecimiento moral que es facilitado por las acciones conjuntas a las que ordena. Los actos de esta virtud consisten en cooperar. La cooperación implica la igualdad, que es característica de la amistad: la intención de otro se incrementa en tanto que es común, de manera que los amigos se ayudan en dicha tarea, y no sólo en remediar las situaciones desgraciadas.

Estas averiguaciones de Aristóteles son muy relevantes. Señalaré los siguientes extremos. En primer lugar, que la verdadera amistad destaca el bien que se encuentra en la persona humana como bien final. Al hombre se le quiere porque es bueno, y el bien se quiere porque es humano. El hombre malo no es capaz de amistad verdadera. Es incapaz de complaceree en el bien y de apreciarlo en otro, porque tampoco es capaz de apreciarse a sí mismo como bueno, ya que no lo es. Su intención de otro es deficitaria porque no es ratificada por él mismo.

En segundo lugar, aclarada la reciprocidad de la amistad, se muestra que la philia comporta una autophilia legítima. Si el amigo es otro yo, también uno mismo es un yo. Las cavilaciones de Martín Buber sobre la relación yo-tu, y de Emmanuel Levinas sobre el otro no añaden nada nuevo, e incluso son menos equilibradas que la postura aristotélica.

El quererse a sí mismo se suele llamar egoísmo. La postura de Aristóteles en este asunto es muy neta: se censura a los que se aman a sí mismos más que a nadie, y se les da el nombre de egoístas como si ello fuera vergonzoso. El hombre de baja condición lo hace todo por amor a sí mismo, y tanto más cuanto peor es; por eso, se le reprocha que no hace nada ajeno a su propio interés. En cambio, el bueno obra por el honor, y más cuanto mejor es, o por causa de su amigo y deja a un lado lo que le concierne; el mejor amigo es el que quiere el bien de aquél a quien quiere por causa de éste. Pero esto puede aplicarse mejor que a nadie a uno mismo, porque cada uno es el mejor amigo de sí mismo; por tanto, debemos querernos sobre todo a nosotros mismos (3).
Aristóteles aclara la cuestión del egoísmo atendiendo a los bienes que se quieren.

El egoísmo de los malos consiste en asignarse a sí mismo la mayor cantidad de riquezas, honores y placeres corporales. Los codiciosos de estas cosas procuran satisfacer sus deseos, y en general la parte irracional de su alma. Como esto ocurre con frecuencia, el epíteto de egoísta ha adquirido un sentido peyorativo, porque en su mayor parte el amor a sí mismo es malo. Ahora bien, es claro que si alguien se afanara siempre por practicar la virtud, o por seguir el camino del honor, no se le llamaría egoísta ni se le censuraría. Pero un hombre así es más amante de sí mismo que el malo: se apropia de los bienes más altos y satisface a la parte principal de sí mismo. Por eso será también amante de sí mismo en más alto grado que el que es objeto de censura, y tan distinto de éste como lo es el vivir de acuerdo con la razón del vivir de acuerdo con las pasiones y el aspirar a lo que es virtuoso sin reducirse a lo que parece útil. Como es claro, si todos rivalizaran en realizar las acciones mejores, las cosas de la comunidad marcharían como es debido.

En suma, el hombre bueno debe ser amante de sí mismo, porque de esta manera se beneficia a sí mismo y, a la vez, será útil a los demás. En cambio, el malo no debe serlo, por que con ello se perjudica a sí mismo tanto como al prójimo. También es verdad, que el hombre bueno hace muchas cosas por causa de sus amigos y de su patria, hasta morir por ellos si es preciso. Y preferirá vivir noblemente un año a vivir muchos de cualquier manera. También se desprenderá de su dinero para que tengan más sus amigos; el amigo tendrá así dinero y él tendrá gloria. Por tanto, él escoge para sí el bien mayor (4).

Es claro que Aristóteles se inspira en Sócrates, según lo presenta Platón en el Górgias: la acción buena beneficia más a quien la ejerce que al beneficiado por ella, y la acción mala perjudica más a quien la lleva a cabo que a la víctima.

En suma, la medida de la ética se encuentra en la virtud y en el hombre bueno. La amistad es recíproca porque reside en querer. Comparado con el querer, ser querido es pasivo; por consiguiente, sólo si los amigos son activos, la amistad existe. Si el amigo se limita a esperar beneficios, la amistad desaparece. En su lugar aparecería la filantropía. Por eso, Tomás de Aquino, sostiene que el que ama pretende no tanto al amado como su amor. Y ello hasta el punto de que si el amor no es recíproco se extingue (5).

El hombre sólo puede amarse a sí mismo si es bueno; el hombre malo no se complace en sí mismo si no existe la posibilidad de algún provecho, que en rigor es diferente de él, pues lo que aprovecha es un bien medial. Pero sólo si el hombre es bueno, su intención de otro es completa. Por eso dice Aristóteles que la amistad va acompañada de virtudes, y sin ellas no es posible.

II

La amistad cristiana contrasta con el sentido pagano de la amistad, que era exclusivista: se amaba al amigo y se odiaba al enemigo. También para Aristóteles los amigos son pocos. A esto conviene añadir que Aristóteles no ve que se pueda ser amigo de Dios, porque la amistad es entre iguales. De ahí concluye que el amigo no quiere para el amigo los bienes mayores, porque si el amigo se endiosara dejaría de serlo.

El Evangelio de la caridad sorprendió a los paganos, pues lleva consigo la hermandad de espíritu de acuerdo con la filiación divina. Sin embargo, la caridad cristiana, que eleva la amistad, debe recoger también las características que le son propias.

Tomás de Aquino sostiene que la amistad es una virtud. Conoce muy bien la Ética a Nicómaco, a la que comenta pausadamente de un modo casi literal, pero sostiene también que la amistad y la caridad son diferentes. Por eso, en la Suma Teológica, en rigor, no se habla de la amistad sino de la caridad (6).

Las virtudes aristotélicas tienden a la felicidad natural. En cambio, el hombre cristiano persigue la felicidad perfecta, la cual no es posible sin el respaldo del amor de caridad.

Con todo, la caridad no puede dejar de lado la amistad; ante todo, porque Jesucristo nos hizo sus amigos. Por ser la caridad enteramente universal, pues hay que amar también a los enemigos, no se confunde con la amistad humana, a no ser como mera disposición, pues no cabe ser amigo de todos. Ahora bien, si se prescinde por completo de la amistad y se reduce el amor de los cristianos a la fraternidad, ésta puede perder operatividad y resultar insulsa.

Aunque esta apreciación no sea propia de los paganos antiguos, ha sido formulada por los críticos modernos del cristianismo. Cuando la caridad se enfría, suele incurrir en rigidez, y pierde su jugo vital o se reduce al sentimiento de filantropía. La filantropía se dirige a la humanidad en general, es decir, a una abstracción. Por eso está sujeta a crisis, como se advierte en los moralistas escoceses desde David Hume, y también en Augusto Comte. Ante estos casos, a la crítica moderna no le falta razón. Sin embargo, está dirigida a una caricatura de la verdadera caridad.

Por lo pronto, la caridad cristiana apunta al destino eterno del hombre y no sólo a la felicidad en esta vida. Pero, además, perfecciona la amistad humana. Esto se desprende de la descripción que hace San Pablo de esta virtud: «la caridad es longánime, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera» (7).

Glosando este texto, cabe decir que son dimensiones de la amistad la fidelidad y la lealtad; tales dimensiones manifiestan su constancia. A ellas hay que añadir la sinceridad, el respeto, la generosidad y el afecto. La sinceridad es hablar sin rodeos y con confianza, así como disentir sin hipocresía y abrir libremente el propio interior: esto se llama franqueza. La generosidad lleva consigo el no reparar en los pequeños defectos que todos tenemos, y conduce a conceder un amplio crédito al amigo.

La veracidad también es una dimensión de la amistad, que la vincula con la libertad, y es incompatible con la constricción. Pero al amigo no se le deja sólo si incurre en errores de cierta gravedad, sino que se le corrige. En este sentido la amistad tiene un valor pedagógico. En efecto, el amigo es otro yo. La corrección es una apelación a la sindéresis del amigo, cuya luz es incompatible con los errores graves, sobre todo en el orden del querer. En suma, corregir al amigo es una muestra de la elevación de la prudencia y de la justicia como virtudes que acompañan a la amistad.

La prudencia es correctora de los actos voluntarios que miran a los medios. Por su parte, la corrección justa tiene carácter penal. En cambio, la corrección amistosa intenta directamente restablecer la limpidez de la conducta del amigo.

Aristóteles

El amigo es otro yo. Sin amistad el hombre no puede ser feliz.

Algunos creen que para ser amigos basta con querer, como si para estar sano bastara con desear la salud.

El amigo de todo el mundo no es un amigo.
Kurt D. Cobain

El auténtico amigo es el que lo sabe todo sobre ti y sigue siendo tu amigo.
Leonardo Da Vinci

Reprende al amigo en secreto y alábalo en público.
Louis Pasteur

Los verdaderos amigos se tienen que enfadar de vez en cuando.
Pitágoras de Samos

Escribe en la arena las faltas de tu amigo.

La filosofía de la amistad en Santo Tomas

«Amistad es
comportarse con el amigo
como consigo mismo»
Aristóteles

«El que teme al señor encuentra verdaderos amigos,
y como fiel es él, así lo sera su amigo»
Eclesiástico 6,16s.

Santo Tomás de Aquino, considerado el filósofo y el teólogo de mayor relieve dentro de la Filosofía Escolástica, es el gran sintetizador de la filosofía clásica y la doctrina católica, sus planteamientos filosóficos y teológicos que en su época fueron muy liberales son hoy fundamento de la doctrina oficial católica. Fue un hombre de una vastísima inteligencia y cultura y uno de los más grandes estudiosos de Aristóteles, de quien recibió una gran influencia.

Santo Tomás nace en el Castillo de Rocaseca el año 1225, hijo de Landolfo, conde de Aquino. Se educó en el Monasterio de Monte Cassino y luego en la Universidad de Nápoles (1239-1244), donde a los 14 años comienza el estudio de . En 1244 ingresa a la orden de los Dominicos. La madre, que se oponía a tal decisión, encarga a otro de sus hijos que le secuestre y encierre en el castillo. Libre, al fin, de la oposición de su familia, al cabo de un año marcha a París, donde se convierte en el discípulo predilecto de Alberto Magno, con quien viaja luego a la universidad de Colonia (Alemania); vuelto a Paris redacta el Comentario a las sentencias (1254-1256), inicia su labor como profesor y enseña en distintos lugares de Italia y Francia (Anagni, Orvieto, Roma, Viterbo, Paris, y Nápoles).

En esta época escribe muchas de sus obras, entre las que destacan la Summa contra gentiles, escrito con finalidad misionera, y sobre todo la Summa Theologiae, considerada la obra de mayor relevancia de toda la escolástica. Muere mientras se dirigía al concilio de Lyon, convocado por el Papa Gregorio X, en la abadía de Fossanova. Fue canonizado por el Papa Juan XXII el año 1323 y proclamado doctor de la Iglesia (Doctor Angélico) en 1567. En tiempos de estudiante sus compañeros, a raiz de su estatura (1.90) y de su fuerte contextura le pusieron el apodo del «buey mudo de Sicilia», su maestro Alberto Magno les dijo: «Le llamais buey mudo; pues os aseguro que este buey dará tales mugidos con su ciencia, que resonarán en todo el mundo». Por supuesto que ni el maestro ni los estudiantes comprendieron entonces la profundidad y verdad de este anuncio.

El gran mérito que se le atribuye a Tomás de Aquino es el de haber logrado la mejor síntesis medieval entre razón y fe o entre filosofía y teología. Sus obras son eminentemente teológicas, pero, a diferencia de otros escolásticos concede en principio a la razón su propia autonomía en todas aquellas cosas que no se deban a la revelación. Escribió comentrarios sobre diversas obras de Aristóteles y practicó todos los géneros literarios escolásticos de cuestiones disputadas, cuestiones cuodlibetales, tratados, comentarios, opúsculos y las sumas antes mencionadas.

La amistad (filia) la define Nicola Abbagnano como la comunidad de dos o más personas ligadas entre sí por aptitudes concordantes y por afectos positivos. Los antiguos tuvieron de la amistad un concepto mucho más amplio que el que actualmente se admite y adopta, como se observa en el análisis que de ella hiciera Aristóteles en los libros VIII y IX de la Etica a Nicómaco. La amistad es para Aristóteles una virtud o algo estrechamente enlazado con la virtud. De todos modos, es lo más necesario a la vida, ya que los bienes que ésta ofrece, tales como la riqueza, el poder, etc., no se pueden conservar ni utilizar bien sin los amigos. (VIII, 1, 1155 a 1).

En el pensamiento medieval, el tema de la amistad fue ampliamente cultivado; era uno de los pilares de la doctrina moral, tanto filosófica como teológica. No solamente porque se trata de un asunto que ya de suyo tiene una indudable importancia para la vida humana personal, sino porque tiene además numerosas implicaciones éticas y políticas. A este respecto fueron muy célebres dos tratados del siglo XII sobre la amistad, el de Pedro de Blois y el de Aelredo de Rieval, sobre todo para explicar la amistad espiritual que debía darse entre los monjes. Por supuesto que de la misma manera se escribía sobre el amor profano, pero sobre todo se estudiaba el amor espiritual, que abarcaba un mayor ámbito. En el siglo XII encontramos rasgos de ese amor universal profesado por San Francisco quien se inclinó a escribir sobre el cariño a las cosas e incluso sobre cierta forma de «amistad» con los seres animales; tanto en la orden franciscana, con San Buenaventura, como en la orden Dominicana con Santo Tomás, el tema de la amistad interpersonal encontró un cuidadoso estudio.

Santo Tomás fue el pensador que más estudió la amistad como pilar de la sociedad, relacionándola con la vida social, con el trabajo, con la justicia, y con las demás virtudes. Sólo en el Aquinate puede decirse que hay toda una teoría sistemática de la amistad, una filosofía de la amistad desde la mayoría de sus ángulos y aspectos importantes. De este se narra en las crónicas el sincero aprecio que tuvo con su prójimo y su gran sentido de la amistad, lo que seguramente formó parte de la santidad que lo caracterizó. Paseaba por los campos y alrededores de París con sus discípulos de la universidad, departía amistosamente con sus compañeros frailes del convento, a tal punto que, debido a su sencillez y humildad, decían que daba gusto vivir con él. Su gran amistad con San Alberto Magno, que fue su maestro, era notable, pero más notable aún fue su amistad con su discípulo, amanuense y secretario Fray Reginaldo de Priverno, quien prácticamente lo cuidó durante sus últimos años y se encargó de relatar los rasgos mas humanos y conmovedores de este monje santo, sumido al parecer en las más profundas especulaciones.
Según Tomás, junto con la experiencia del trabajo en la historia de la sociedad, la amistad es otra de las experiencias que más nos hacen integrarnos a la vida social, en este todo que es la comunidad política. Hay muchos grados en la amistad (desde el amor más espiritual hasta el más carnal, desde el amor más utilitarista hasta el más honesto, desde el de los familiares hasta el que se tiene por los extraños), pero la simple y rudimentaria inclinación a reunirse comunitariamente es ya un tipo de amistad o de amor entre los seres humanos.

En la linea de Aristóteles, Santo Tomás ve la amistad o el amor como una característica del ser social. Brota del hombre como instinto de su propia naturaleza, pero se realiza según la inteligencia y la voluntad, es decir, conforme a la razón. La amistad no es de suyo una virtud, pero necesita de las virtudes para darse; sólo cuando se trata de la amistad como amor de caridad, entonces puede verse como una virtud. Cuando se quiere tener una amistad auténtica, ésta tiene que fundarse en la virtud para ser amistad perfecta. En todo caso, la amistad inclina a la sociabilidad y al mismo tiempo va permitiendo y orientando la correcta vida social.. (Suma teológica, II-II q 23, a.1, ad 1 y q. 114, a I, ad 1.)

Si el trabajo es una de las cosas que primeramente nos reune en la sociedad, con el fin de satisfacer con mayor facilidad las necesidades primarias o materiales, la inclinación a la amistad es un factor más elevado que congrega al hombre en sociedad. En efecto no es tan pragmatista o utilitarista como el trabajo, sino que alude más a la búsqueda del deleite y apunta hacia el examen mismo de la perfección humana. No es sólo un bien útil (como lo es el trabajo), sino un bien deleitable, y que además tiende a un bien honesto como es la vida virtuosa, especialmente en el orden de la justicia. Aún en la amistad (que es de suyo un bien deleitable, orientado al bien honesto) puede haber tres clases o niveles, de acuerdo con los tres tipos de bienes que considera Santo Tomás: una amistad de utilidad, una amistad deleitable y una amistad honesta.

La amistad meramente útil se dá cuando se busca al amigo por algún interés material, como la ayuda en el trabajo, el apoyo de su poder, o la conexión con otros que puedan producir algún beneficio. La amistad deleitable se caracteriza por la busqueda del placer o de la compañía de la otra persona para sentir gusto y contento, pero no se va más allá. En cambio la amistad honesta está en función de la virtud, y, como la principal virtud en el nivel humano es la de la justicia, esta amistad está orientada a la justicia. (ibid., II-II, q. 23 a. 1. ad 3; a. 5, c.)
Resulta entonces que la amistad por utilidad es la más impropia e imperfecta. (ibid., I-II q. 26, a. 4, ad 3.) la amistad por deleite tampoco es la más perfecta; (Ibid., II-II, q. 189, a. 10, ad 2.) la única que es perfecta es la amistad honesta o por la virtud. La amistad mejor es, en efecto, la que busca el bien y la perfección del amigo; consiste en convivir según la naturaleza racional, compartiendo el bien teórico y el práctico. Se busca para el amigo, ante todo, la vida; después se le procuran los otros bienes útiles; además se tiene conversación deleitable con él; y, sobre todo, concordia en la virtud. (Ibid., II-II, q. 25, a. 7, c.; q. 27, a. 2, ad 3; q. 31, a.1,c.). Sin embargo, aunque la amistad como se ha dicho no es propiamente una virtud, se funda en la búsqueda de la virtud, y, en ese sentido, lo que es contrario a la virtud impide la amistad, y lo que es virtuoso la fomenta. (Ibid., II-II q. 106. a. 1, ad 3.). Por eso, si el amigo peca o pierde la virtud, pero se ve que puede recuperarla, hay que seguir cultivando su trato y ayudarlo a reconquistarla; pero, si se ve que esto no es posible, hay que romper la familiaridad. (Ibid., II-II, 4.25, a. 5, ad .2.)
Según Santo Tomás, la amistad o el amor tiene su raiz en el apetito concupiscible, pero tiene que ser superado el amor de concupiscencia hasta hacerlo amor de benevolencia. El más perfecto es el de benevolencia, por eso la amistad de concupiscencia no puede superar lo deleitable y sólo la de benevolencia puede ser honesta.

En la amistad de benevolencia se quiere ante todo el bien del amigo (a tal grado que, si se ve que uno mismo no es un bien para el amigo, uno se retira discretamente). De un modo común y normal, la amistad de benevolencia se fundamenta en alguna comunicación (Ibid., I-II, q. 65, a. 5, c.; II-II, q. 23,3. 1, c.; a. 5, c.); su base principal es la comunicación de la virtud y la participación en el bien. Es concordia en la virtud, en lo justo. Entre los amigos puede, por lo tanto, haber discordia de opiniones y sin embargo haber concordia en el trato, y paz. (Ibid., II-II, q. 28, a. 3, ad 2; q. 37, a. 1, c.)

La amistad fundada en el mero apetito concupiscible es una amistad posesiva y destructora del otro; sólo vale la amistad de benevolencia, que quiere la construcción y realización del otro en la auténtica perfección del hombre, que es la virtud. Como la virtud se orienta a la justicia, la amistad más perfecta es querer la justicia para los amigos, querer el bien común. Lo que distingue la amistad de benevolencia de la concupiscencia es querer el bien y no la imposición. (Ibid., 1, q. 60, a. 3,c.; I-II, q. 26, a. 4,). Cuando esta amistad de benevolencia es una dilección perfecta, por la fuerza sobrenatural de la gracia, da paso a la caridad cristiana; (Ibid., II-II, q. 23, a.1.) esta es propiamente una virtud, la más excelsa de las virtudes tanto naturales como sobrenaturales. (ibid., II-II,q. 23, a. 3. ad 1)

La amistad está vinculada también con el trabajo y la función, porque el trabajo crea solidaridad , y la función cierta igualdad proporcional de coordinación y subordinación. No basta la actividad igual, pues esta puede también suscitar enemistad, en función de la competencia ; debe acompañarse de la bondad, para que los hombres encuentren la proporcional igualdad de lo justo (que no requiere ser igualdad en el mismo rango, antes bien, es jerárquica), ya que toda amistad es por causa de algún bien y se apoya en alguna semejanza. La verdadera amistad según Santo Tomás, es por el bien del otro y por el bien común, es la amistad por antonomasia, y las otras amistades son tales por parecerse a ésta incluyendose aquí las amistades tanto entre individuos como entre naciones. De este modo, la comunidad en el bien crea igualdad o concordia de las voluntades hacia el fin, la cual es más fuerte y más perfecta que cualquier otra igualdad. Luego, la igualdad o concordia en cuanto a la amistad es la del bien, la de bondad o benevolencia. Porque las otras amistades (la interesada y la de placer o de concupiscencia) también se basan en la igualdad, pero son menos esenciales.

Como en la sociedad o comunidad es dificil, sin embargo, que se dé en todos los niveles la verdadera amistad, la de completa igualdad, hay que considerar en la sociedad una amistad entre desiguales. Esta amistad también se funda en la virtud y la operación de cada uno, y es distributiva. Aquí es donde aparece la justicia: la amistad, ya sea según la igualdad o según la subordinación, se da en todos los ambientes de la sociedad, y la amistad está ligada a la justicia, porque busca el bien del otro.

Así, la amistad o solidaridad es resultado de todas las virtudes. Sólo es virtud cuando se trata de la amistad sobrenatural, que es la caridad cristiana, es necesaria para la vida, y no es idéntica a la justicia, pues a veces se aparta de ella, ya que cuando hay amistad mal entendida, se cometen injusticias. Pero generalmente la amistad puede considerarse como una experiencia de concordia y de justicia. (De Veritate q. 23, a. 8,ad 7.)

La amistad y la justicia, o la caridad y el derecho, son fundamento de la vida social, por eso son indispensables para ella; pues sólo de ellos surge la paz. La amistad está conectada en efecto a la justicia y al derecho: todo hombre tiene derecho y deber de amar. La misma justicia no es, en el fondo, mas que una aplicación de la caridad. Justicia y caridad vienen a ser lo mismo, sólo que desde puntos de vista diferentes.

El sentimiento de fraternidad y de amistad es natural en el hombre , por eso es causa de la sociedad. El amor está en la base de la sociedad, porque «todo agente hace por amor todo lo que hace» (Suma Teológica, I-II, q. 28, a. 6, c.) tiene relación con el bien, y como el bien es el fin, el amor dirige hacia el bien común y fin último: «La caridad ordena los actos de todas las virtudes al fin último» (Ibid., II-II, q. 23, a. 8.) Este fin se realiza en la justicia y es promovido por el derecho, por la ley . De acuerdo con ello, el derecho y la ley tienden a dar consistencia a la amistad. Santo Tomás sabe que la justicia y la caridad son distintas; sostiene sin embargo, que la amistad sin justicia es disolución y la justicia sin amistad (o misericordia ) es crueldad. En conclusión, para Tomás, el amor da equilibrio a las relaciones sociales y jurídicas; y la amistad es un factor de sociabilidad, ordenado a la justicia, sin la cual la sociedad política no puede subsistir.

Bibliografía
1. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, 1171 b 14-25.
2. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, 1170 a 13-17.
3. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, 1168 a 28-35; 1168 b 1-14.
4. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX, 1168 b 15-35; 1169 a 1-37.
5. Tomás de Aquino, Suma contra los gentiles, III, 151.
6. Andrés Vázquez de Prada, Estudio sobre la amistad, Rialp, Madrid, 1975, p. 68.
7. San Pablo, Epístola I a los Corintios, 13, 4-7.